Tercer artículo de seis, publicado en mayo de 1996.

Luis Castro.

Pedro Tapia, comprador de la Hacienda La Labor y abuelo de Don Rodrigo Tapia, murió en el año 1906. Tuvo de su primer matrimonio a dos hijos: Ramón y Simón; y de un segundo matrimonio dos hijas; Ángela y Josefina. Su hijo Simón del primer matrimonio murió antes que él dejándole dos nietos de nombres Simón y Pedro.

La herencia la dejó en tres partes, llamadas fracciones. La primera fracción con todo y el ganado criollo bravo fue para su hijo Ramón Tapia (padre de Don Rodrigo), ya que a éste era el único que le gustaba la fiesta brava y a quien se debe la introducción de ganado bravo en esas tierras.

La segunda fracción fue para su otro hijo del primer matrimonio, pero como ya había fallecido la heredó a los hijos de éste Simón y Pedro, nietos suyos. Ellos le vendieron en el año 1945 a Don Alfredo Ochoa, de donde nació la ganadería de Campo Alegre.

Y la tercera fracción, junto con el casco de la hacienda, para sus dos hijas de su segundo matrimonio Ángela y Josefina. Ellas le vendieron en el año 1951 a Don Emilio Fernández, de donde nacieron las ganaderías de El Junco y de la Viuda de Emilio Fernández.

Ramón Tapia, heredero de la primera fracción y padre de Don Rodrigo, murió intestado en el año 1917 por lo que resultaron herederos por ley sus seis hijos: María, Andrés, José, Francisco, Jesús y Rodrigo. Y de manera semejante a lo sucedido en la generación anterior, a nadie de los hermanos le gustaba la fiesta brava más que a Don Rodrigo, por eso el ganado lo fueron vendiendo para pagar la legalización de la herencia y escrituración de las tierras. Cuando quedaban 60 vacas Don Rodrigo se las compró, junto con las tierras, a sus hermanos, de manera que con eso y con lo que le correspondió a él mismo inició su aventura como ganadero de reses bravas.

Sin embargo, en el año 1946 se quedó sin una sola cabeza de ganado debido a la fiebre aftosa que apareció por esos tiempos azotando al país. Durante los siguientes cuatro años se dedicó Don Rodrigo a trabajar fuertemente para ahorrar dinero con la firme idea de volver a rehacerse como ganadero de bravo.

Y lo logró. En 1950 el último administrador de la histórica ganadería de Queréndaro, Mateo Ordaz, le vendió 33 vacas de esa procedencia a un señor de nombre Ramón Núñez que las puso en la haciendita La Pionía, por Moroleón, Gto. A su vez éste se las vendió a Miguel Martínez del rancho El Comal, por Uriangato y como no pudo sostenerlas las puso también venta.

Llegó la noticia a oídos de Don Rodrigo Tapia, quien después de cuatro años de estar ahorrando dinero se encontró con la oportunidad que estaba soñando, comprándolas en el año 1950. Así que con esas 33 vacas de Queréndaro y dos sementales de Jesús Cabrera que en ese mismo año adquirió, fundó la ganadería de Don Rodrigo Tapia.