Sexto y último artículo en homenaje a Don Rodrigo Tapia
Luis Castro.
Fue Don Rodrigo Tapia hombre, si no revolucionario, sí del tiempo de la revolución. Le tocó vivir en pleno esa época, circunstancias que le amoldaron su manera de ser de por vida. Somos producto del medio en que vivimos. Por eso fue siempre hombre de pistola al cinto, además de que la vida en el campo así lo impone, pues en esas soledades no hay más defensa contra los delincuentes que una pistola.
Y aprendió entre las balas de la revolución a usar la pistola perfectamente. No fue un bravucón buscapleitos, pero sí un hombre que dentro de su prudencia cuando era necesario sacarla de la funda, la sacaba, no para asustar al enemigo, sino para utilizarla de adeveras, sin tentarse el corazón.
Eso lo sabían las gentes de Araró y de los pueblos circunvecinos, por eso lo respetaban totalmente. Sabían que con él perdían, le evitaban pleitos. Lo respetaban porque lo respetaban.
De las últimas veces que pudo ir Don Rodrigo ir al campo montado en su caballo para ver sus toros le sucedió lo siguiente, de lo cual, cuando me lo contó, me pidió que no le dijera a nadie porque no quería asustar a su familia. Cumplido que fue su deseo, ya hoy puedo contarlo. Eso y otras cosas.
Oigámoslo con sus propias palabras tal y como me lo platicó: “Mira Luis, hace unas semanas salí en mi caballo rumbo al campo llevando mi 45 como siempre preparada, la de malas que ese día se me ocurrió ponerle el seguro a la pistola. Al atravesar el puente que está en las afueras del pueblo, ya casi llegando a la hacienda, me salió un individuo y me preguntó ¿usted es Don Rodrigo?. A sus órdenes, le dije, metiendo la mano a la bolsa de la chamarra donde cargaba mi pistola; pero en ese momento me di cuenta que traía puesto el seguro y pensé: “ya me fregó este amigo”, porque el tipo ese no me dio tiempo de nada, pues en cuando le dije lo anterior ya traía su pistola apuntándome por entre su chamarra.”
“Quiero que me dé 300 millones de pesos ahorita mismo”… Amigo y de dónde quieres que te los dé, pues aquí no ando cargando dinero, le dije. En eso estábamos cuando el vaquero de Campo Alegre se acercó caminando por la vereda y nos saludó: buenos días, señores. Ha de haber pensado que se trataba de un amigo o de alguien que venía a comprarme toros. Yo le hice una seña con los ojos, pero el tarugo ni cuenta se dio de nada y siguió caminando… «hasta luego»… y se fue tan tranquilo.
Entonces volvió a la carga ese tipo: «Pues vamos a su casa, pero yo quiero ahorita mismo ese dinero». En eso se oyó un silbido que salió de atrás de la cerca… yo creo que era otro de ellos mismos que lo estaba esperando. Eso distrajo al hombre ese, pues volteó el muy tarugo a donde le habían silbado descuidándome a mí. Fue cosa de segundos, pero me dio tiempo de quitarle el seguro a la pistola y de sacarla.
Entonces le apunté: Ora sí hijo de tu #?¡%# ¿qué quieres? ora sí estamos parejos. Al verme armado, aquel tipo soltó su pistola allí en su chamarra y mejor se fue. Entonces yo calculando que había más gente de ellos atrás de la cerca, por lo menos el que había silbado, para que oyeran les grité: En cuanto vea a otro le voy a jalar al gatillo. Nunca más ha vuelto ese individuo».
Como ésta, la vida de Don Rodrigo estuvo repleta de anécdotas, muchas veces lo quisieron secuestrar, robar, le mandaron cartas anónimas, ah, un día me enseñó una que le acababan de mandar amenazándolo, pero, como en los corridos, jamás pudieron con él.
Algunos rasgos, entre muchos otros, muy personales de Don Rodrigo: A la hora de la comida tenía que comer todos los días su caldo de res o sentía que no había comido. Perdonaba la ausencia de cualquier otra cosa en la mesa, menos su caldo. Y su vaso de agua era una jarra. Toda se la bebía. En las fiestas, cuando se animaba a cantar, dos canciones lo identificaban: el huapango de Lorenzo Barcelata, La Vaquilla Colorada, y la canción yucateca de Luis Martínez Serrano, Lagrimitas,… huy huy huy huy huy, vamos a lazar a la colorada que tenemos que tentar… ¿por qué en tus ojos llenos de encanto miro una lágrima de pesar?, si tú bien sabes que te amo tanto…
Todo un personaje. Un gran amigo. Para ser así se requería haber sido muy Don Rodrigo.
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