Seis orejas y un rabo en una fiesta brava sin bravura
Luis Castro.
Fotos de Fernando Cisneros.
A una fiesta brava sin bravura es a lo que está siendo empujado este espectáculo por los propios protagonistas que puede significar extinción. Eso parecería lo más sobresaliente de la corrida de este domingo 18 en la Monumental de Morelia porque primero Diego Ventura con un torito tontorrón que no le tiraba una cornada ni cuando tuvo al caballo pegado a su frente. Y cuando tuvo al toro bravo enfrente le acabó un caballo. Luego el Zotoluco con un descastado desesperante, que cuando fingía embestir lo que hacía era andar a la velocidad que los humanos caminamos, así lento, sin querer coger nada, sin meter los cuernos por delante, nada más pasando. Y pidieron dos orejas para el torero. Y para concluir, como el sexto embistió decorosamente a la muleta, hubo petición mayoritaria de indulto luego de que en el primer tercio había dado una lidia de manso perdido. Pero lo grave es que Rafael Ortega le siguió el juego a la gente y hacía la seña al juez de que «el público lo está pidiendo». Bendito Dios que el juez ordenó matarlo.
Hubo quizás unos dos tercios de entrada.
Diego Ventura lidió astados de José Garfias. El primero era un tontorrón sin bravura, que embestía dulcemente al trotecito y no le tiraba ni una cornada. Inofensivo. Situación aprovechada por el jinete para hacerle el teléfono, agarrarle los cuernos y cuanta cosa se le ocurrió. Como mató a la primera sin puntilla se le concedieron las dos orejas ¡y hubo quien aplaudió al toro en el arrastre para honrar una fiesta brava sin bravura!
El otro, en cambio, fue bravo. Y las cosas cambiaron. Dos rejones de castigo y cambio para banderillas. El toro en ese tercio ya había alcanzado al caballo tres veces y le había marcado unos rayones por la parte interna del muslo e ijares, Diego Ventura estaba dejando que golpearan a su caballo, pero a la siguiente no se la perdonó, tumbó aparatosamente al equino pegándole una cornada en el anca derecha y fracturándole la pata. Levantaron al cuaco y lo metieron al patio de picadores y allá se fue también Diego Ventura. Entonces su subalterno fue a darle de capotazos para acabarlo, esos de darle vuelta y vuelta. Y casi lo acabó, lo dejó con unas cuantas embestidas de agotado. Así, apareció de nuevo Diego Ventura y en un acto histriónico muy redituable para el tendido, colocó decorosamente los siguientes pares de banderillas. Y cuando fue a cambiar de caballo el subalterno volvió a lo mismo hasta dejarlo casi parado. En esas condiciones clavó banderillas al violín, teléfono y cuanta monería se le puede hacer a un toro que ya no puede acometer más que girar en su propio eje siguiendo la ruta del caballo. El toro bravo es otra cosa, es el que da grandeza a los toreros por las virtudes casi sobrehumanas que se requieren para poder con ellos y Ventura no pudo con éste. A los despojos del toro bravo le dieron vuelta al ruedo. Ah, si el caballo supiera que la cornada no se la dio el toro sino su propio jinete.
El Zotoluco recibió de rodillas con dos largas cambiadas en tablas a su primero y luego verónicas muy bien ejecutadas, pero con poco calado en la concurrencia por la falta de pujanza del de Marrón. El toro llegó cayéndose al tercio final, inválido y descastado, al que el diestro le dio la faena requerida, pero tardando una eternidad entre un pase y el siguiente Alguien de sol gritó «me estás durmiendo». Demasiada maestría para tanta invalidez. Dos pinchazos y estocada caída.
El otro de su lote fue un descastado de Marrón con una sosería desesperante, y como a tal embestida le dio pases la gente lo premió con dos orejas como exaltación a una fiesta brava sin bravura. Hubo protestas.
Rafael Ortega recibió al tercero de la tarde con un surtido de suertes: una larga de rodillas, dos tafalleras, lances a pies juntos, chicuelinas y remate. Al cubrir el segundo tercio, en el primer par se pasó antes de la cara del toro y le quedó el par caídillo. Para el segundo par, luego de dos pasadas en falso porque la res lo esperaba y no arrancaba, no por agotamiento, sino por falta de raza, al cuarteo lo dejó. Y en el tercero prendió los ánimos al salir de las tablas hacia los medios y colocar al violín. Torito sin trapío, deslucido, sin emotividad, derrotaba verticalmente a media suerte y continuaba su viaje ya con la cabeza arriba. Dejaba estar, pero no lucir. Al entrar a matar se le fue la mano muy abajo dejando un feo bajonazo, accidental, pero bajonazo al fin.
Y con el sexto volvió a recibir de rodillas en tablas y luego no pasó nada con el capote porque el toro no apretaba al embestir, ni repetía, simplemente le pasaba a medio trote y hasta contrario le volteó. Quite por chicuelinas antiguas aprobadas. Dos pares de banderillas a toda velocidad emulando quizás al jamaiquino Usain Bolt, el tercero al violín espectacular y uno más de cortas para fuertes aplausos. Y como el toro embistió con obediencia, que no significa bravura, luego de una faena aseada a base de derechazos y adornos, otros de vuelta entera de esos de meterse al costillar y luego girando quedar para el de pecho con el delirio popular y se pidió disparatadamente el indulto que atinadamente el juez negó. Mató de estocada sin puntilla y le dieron las orejas y el rabo con algunas protestas.
Esta es la fiesta brava sin bravura que estamos viviendo. Como la canción de José Torres: Eres una brújula sin rumbo, un reloj sin manecillas, una biblia sin Jesús, eres una fiesta brava sin bravura.
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