Quinto artículo de seis, publicado en junio de 1996.

Luis Castro.

Hablar de Araró era hablar de Don Rodrigo Tapia. Hablar de Don Rodrigo era hablar de Araró. Existía una equivalencia casi matemática entre ambos, inseparable, biunívoca. Era el centro de un gran círculo, ahora círculo sin centro.

En mayo de 1976 cumplieron sus bodas de oro Don Rodrigo Tapia y su esposa Doña María Mendoza. Sus hijos, nietos, tal vez hasta bisnietos, les organizaron una fiesta muy bonita y emotiva a la cual tuve el privilegio de asistir.

En el templo del pueblo, al mediodía, fue la misa, para lo cual los esposos festejados, sus hijos y nietos salieron de su casa y se fueron caminando por las calles de Araró, como partiendo plaza, mientras los habitantes del poblado los vitoreaban y respetuosamente hacían una valla por mutuo propio.

Solemne fue la celebración eucarística y sin invitaciones previas los lugareños llenaron el templo para acompañar a los esposos Tapia-Mendoza. Fue un entradón que envidiarían todos los empresarios para sus plazas. Sencillamente porque era Don Rodrigo como un símbolo de Araró, un icono, que la gente respetaba. A Don Rodrigo todos lo respetaban porque lo respetaban. O lo respetaban.

Después, la comida a la que todo el pueblo habría querido asistir para estar con el hombre del pueblo. No había espacio para tanto y poco faltó para que pusieran en la puerta “agotado el boletaje”. Pero aquello fue grandioso e inolvidable. Recuerdo que en las paredes sus hijas colgaron frases alusivas muy hermosas en su contenido, adornos sencillos, pero “muy adornos”, con la sencillez que caracteriza a la gente de pueblo a la vez que franca.

En este recién pasado mes de mayo (1996), Don Rodrigo Tapia alcanzó a cumplir los 70 años de vida matrimonial al lado de su esposa Doña María, pero poquito después… se fue. ¿Por qué? Sencillamente porque la vida es de tiempos, da tiempo para todo, da tiempo de divertirse brincando en la cama en la niñez y luego quita ese tiempo y lo reemplaza por otro tiempo, tiempo de amar, da tiempo de ser alguien, da tiempo de tener hijos y forjarlos, da tiempo de muchas cosas, pero después, en diferentes momentos, va quitando todos esos tiempos. A veces los sustituye por otros, a veces ya no.

El arte de saber vivir –saber vivir es un arte- consiste, entre otras cosas, en darse cuenta en cada momento de qué está dando tiempo la vida y saberlo aprovechar y luego darse cuenta a tiempo de qué ya quitó el tiempo para no intentar lo que ya no tiene tiempo. Sabia virtud de conocer el tiempo.

Don Rodrigo tuvo tiempo de vivir una juventud tremenda, era un joven atravesado, bronco. La vida le quitó un día ese tiempo y a cambio le dio el tiempo de ser prudente. Y así fue en su vida madura. Tuvo tiempo de ser hombre de a caballo, lo que le gustaba con toda su alma, y lo aprovechó hasta que la vida le quitó ese tiempo. En sus últimos años ya no montó. Tuvo tiempo de vivir una existencia plena, completa, llena de vivencias y aventuras, hasta que la vida le quitó el tiempo de todo. Todo el tiempo de Don Rodrigo se había agotado. Por eso, nada más por eso, un día se fue.

El próximo lunes 28 el sexto y último artículo en homenaje a Don Rodrigo Tapia.

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