Jesús López Garañeda (Federación Taurina de Valladolid)

Este es el objetivo en muchos chavales que conocemos: «Querer ser torero». Tienen la expresión grabada a fuego en su mente y en su corazón. Por nada del mundo desean apartar de sus vidas tal fin para ellos mismos. Y así acuden, ven, hablan, se preparan, animan, lloran y ríen entre los trebejos de la lidia y una muleta junto a los compañeros que también esperan y desean la misma conclusión.
Desde hace unos años los veo en el Certamen de Tentaderos marcados por la ilusión del momento que para ellos se abre. No importa que la dificultad sea la compañera de fatigas de muchos de ellos. Por encima de todo está la ilusión, el ánimo y la fortaleza por una idea que bulle y bulle en la olla neuronal.
Padres, familiares, amigos creen ver el futuro de sus anhelos, el oropel y el triunfo, la gloria y el éxito, el dinero y el aplauso reconocido cuando cruje la tela recién estrenada en los primeros lances de la lidia, rozada ligeramente por las astas del animal, y creen adivinar un futuro prometedor y lleno de esperanza para sus vidas.

«Querer ser torero» es una grandeza sin paliativos en muchos cuyas personalidades siguen atadas a la función de toros como la uña a la carne. Dan lo mejor de sí mismos, la juventud, los años de pujanza y poderío a una causa noble, entregada, sin par como es la tauromaquia y sus desvelos, porque esperan recibir al final el premio, llegar a la meta de sus ídolos, de otros hombres que como ellos arrancaron de una vida estrecha y difícil y alcanzaron la cima de la consideración y el tronío.

Mientras tanto, en una silla, espera el traje de luces, el vestido del oficiante, sacerdote de Tauromaquia, nuevo y brillante al principio y ajado después, a veces recosido a puntazos y cornadas, hilván reparado de tardes aciagas entre lágrimas de sangre y de agua, a la mano del genio que sepa arrancarle la nota de esplendor desde aquel rincón de la nada con majeza y torería.

«Querer ser torero» es más, mucho más que una quimera, que un ensueño o espejismo. Es hacer de la vida propia el colofón de una tarea, el propósito de enmienda, el acabamiento de ser hombre… Pero con todo, el joven aguerrido, que se come la vida dando el pecho y la cara, necesita también de raciocinio, templanza, seguridad, sosiego, espaciosidad, silencio y meditación. Es el otro, la persona que debe orientar, ayudar y enseñar al toricantano, con fe y verdad, con sencillez y sin apagar su ideal marcado.

«Querer ser torero» es una grandeza, a la que muchos intentan servir y unos pocos servirse. Saber distinguir el fiel de la balanza entre una y otra apetencia es el acompañamiento imprescindible para un muchacho que quiere llegar a ser matador de toros. Ahora cuando les ves solos ante ellos mismos y sus miedos, comprendes muchas cosas de esta singular profesión de riesgo y gallardía.

Y así, entre sudores fríos, revolcones, roturas, golpes y magulladuras, llantos y dolores, se va forjando día a día, paso a paso, la vida de unos muchachos que una vez decidieron entregar su existencia a una profesión, envidiada por muchos, denostada por otros, aplaudida por más y llena de extraordinarias dificultades en el camino que acercan cada tarde a nuestros ojos y a nuestras almas la belleza del riesgo para someter a un toro bravo y crear con él espacio, luz, color, atractivo, hermosura… Seducción, en una palabra[flagallery gid=54 name=»Gallery»]

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En defensa de la fiesta brava. España-México-Michoacán