Luis Castro.

Tradicional corrida del 30 de septiembre en la Monumental de Morelia que aunque se otorgaron cuatro orejas, una de ellas protestada, no dejan huella, no hacen historia, no trascienden. Orejas como para decir el público a los toreros «gracias y ahí nos vemos». Dos tercios de entrada.

Encierro parchado por dos de Marcos Garfias, primero y segundo, buenos, a los que les cortaron las orejas mencionadas, y los otros cuatro de Mariano Ramírez muy malos y protestados por chicos. Morelia no merece seriedad en su fiesta brava, no merece en el día de su fiesta principal el 30 de septiembre, no merece aunque sea la capital del estado, no merece aunque sea una ciudad de más del millón de habitantes, que se den corridas serias, bien presentadas. Simplemente corridas de toros. Empresarios van y vienen, autoridades van y vienen y el cuento siempre es el mismo: simulacros de corridas con novillitos.

Uriel Moreno el Zapata pareció iniciar una tarde prometedora con verónicas muy suaves, capote planchado, rematada con revolera desdeñosa. Bravo fue el más toro del encierro, yéndose con alegría dos veces al caballo. Como es parte de su ritual, Zapata cubrió el segundo tercio, brincándose al callejón el cornúpeta después del primer par. Y con la muleta el de Garfias se dejó meter mano bien, sobretodo por el derecho, por donde El Zapata le cuajó varias tandas entre aplausos. Cuando pasó a la izquierda la faena decayó porque la res no remataba abajo las acometidas. Una vitolina para iniciar de nuevo con la derecha cuando el animal comenzó a dar síntomas de quererse rajar, parecía faltarle ese puntito más de fiereza para acabar de romper. Estocada sin puntilla y dos orejas, protestada una, aplausos en el arrastre a los despojos.

Israel Téllez verónicas de las que se ven en todas las corridas, ni buenas ni malas, simplemente verónicas, rematas con media media. Porque fue la mitad de una media verónica. Excelente puyazo del michoacano Rodolfo Chávez «El Popo» que citó y chorreó la vara para prender al toro antes de que llegara al peto. Y se fue escuchando fuertes aplausos. Quite de Israel por chicuelinas, dos y a la tercera salió a la trágala, una más bien ejecutada y a la siguiente otra vez salió a merced del bicho, rematando ya mejor.

Cubrió el segundo tercio cuarteando en las tres ocasiones, aunque en la tercera cuarteó sobre el pitón izquierdo llevando ambos palos en la mano derecha y al llegar a jurisdicción giró para clavar como al violín. El toro, no bien rematado aún como auténtico toro, tuvo un lado derecho bondadosísimo que le permitía en cámara lenta derechazos de al menos tres cuartos de circunferencia, uno tras otro. Varias tandas así para luego pasar a la izquierda y como por allí era deslucidón bajó el ambiente ya generado. Cuando volvió a la derecha ya no lo hizo tan acoplado. Cuatro manoletinas y estocada al toma y daca tumbando sin puntilla y recibir dos orejas. También fue aplaudido el de Garfias en el arrastre y merecía muchas suertes más que puros derechazos y el de pecho.

Hilda Tenorio recibió al tercero con una larga de rodillas y luego seis verónicas bien toreadas para rematar con media en los meritos medios. La gente feliz.  En el quite comenzó con una chicuelina, allí espero como para una tafallera, pero se acabó echando el capote a la espalda, ligando una caleserina y el remate con la revolera, con la gente entregada, feliz con su chaparrita. Colocó banderillas, en los dos primeros ejecutó bien, pero parece que no apoyó porque los palos de inmediato fueron al suelo.

Inició su faena en el centro del ruedo con un escalofriante péndulo, aguantando horrores y a escaso un metro cambiándolo a la espalda. Fuerte el olé que se escuchó. Ligó la vitolina para iniciar su primera de derechazos. La gente estaba entregada, entusiasmada. Molinete para comenzar la segunda tanda por la misma derecha. Lamentablemente el toro se fue desluciendo conforme avanzaba la lidia, derrotando en seco a media suerte. Pinchó dos veces por violar una regla de oro de la estocada: «el primer paso jamás lo debe dar el toro, siempre el torero» y en esos dos pinchazos primero arrancó el toro. Al tercer intento ella dio el primer paso, no el toro, y logró poco más de media estocada que no hicieron doblar. Luego se tardó con la espada corta hasta escuchar dos avisos.

A continuación repartieron microscopios en el tendido. La gente se preguntaba ¿y esto para qué? Cuando abrieron la puerta de toriles y salió el cuarto lo supieron: para alcanzar a ver al diminuto e insignificante animalito que vergonzosamente se atrevieron a traer a una corrida de toros. La gente lo protestó desde la salida hasta que lo mató el Zapata sin haberle permitido hacer nada, todo se lo chiflaron. Al cabo es Morelia.

Y también aprovecharon los microscopios para ver al quinto y al sexto. Ambos resultaron, además de pequeñines, muy malos, derrotando ásperamente a media suerte, con escaso recorrido, broncos. La labor al quinto de Israel Téllez fue más efectiva que el clonazepan para hacer dormir. Y el que cerró plaza, de Hilda, bueno apenas para revolverlo con los mismos kilos de carne de los que en vida araron la tierra capados y ahora están colgados del mismo gancho, revueltos, en la carnicería. Era carne de carnicería, no toro para plaza de toros.

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