María Félix
María Félix

 

Por: Josué Muñoz Silva | Fotos: Archivo

 

Sin lugar a dudas, la historia del cine mexicano no sería la misma sin María Félix. De ella se ha dicho todo y se han escrito infinidad de páginas sobre su vida y sus películas. Sin embargo, ningún texto ha sido capaz de capturar la esencia de esta mujer, cuya originalidad escapa a cualquier intento por definirla.

Su nombre completo era María de los Ángeles Félix Güereña y el día de ayer 8 de abril, se cumplieron 99 años de su natalicio y 11 de su aniversario luctuoso, María vio la luz en El Quiriego, Álamos, Sonora, México, en 1914 y falleció en la ciudad de México el mismo día del 2002; fue una taurina declarada y asistía a su barrera de sol en cada oportunidad que tenía.

Dentro de la filmografía mexicana relacionada con el tema taurino, cerca de 70 cintas, cuatro versiones de Santa, las dignísimas Torero, Arruza y Ni sangre ni arena, así como documentales diversos, entre los que destacan las interesantes escenas de Eisenstein con el matador David Liceaga en el episodio La Fiesta de su inconclusa película ¡Que viva México!, mención obligada en estos momentos de duelos y cultos merecen aquellas en que intervino María Félix.

Si bien la Doña siempre presumió su afición a los toros, su asistencia a las corridas también estaba llena de esa gran habilidad para lucirse y ponerse al mundo por sombrero.

Sus primeras incursiones públicas a plazas de toros fueron del brazo de su amigo, el entonces incipiente actor Ernesto Alonso, hermano de Alfonso Ramírez “El Calesero”, se dejaba ver en las barreras del “Toreo de la Condesa”; que en los años 40’s era la otra plaza más importante del mundo, junto con la de “Las Ventas”.

Después fue al lado de Agustín Lara, su segundo esposo, en de primera fila de la barrera de sol, en la imponente Plaza México, María, enguantada y luciendo abrigos de mink, disfrutaba de los frecuentes brindis al “Flaco de Oro” y a ella, cuya belleza inspiraba tanto a la música de Lara como a las faenas de Silverio, de Armilla o de Garza.

Con su último marido el francés Alex Berger, que prefirió aficionarla a caballos pura sangre, a hipódromos y a joyerías parisinas, La Doña esporádicamente aparecería en algún coso, si bien ahora añadiendo a su look atejanados sombreros y delgados puros con boquilla.

Incluso sostuvo que había presenciado la cogida mortal de Manolete en Linares, la tarde del 27 de agosto de 1947, con quien por cierto nunca se retrató, a pesar de que la actriz profesaba tener una gran amistad con el “Monstruo de Córdoba”.

Un romance con el famoso diestro Luis Miguel Dominguín, resulta verosímil, ya que el padre de Miguel Bosé fue un hombre imperioso. En contraste, no se le conoció un solo amigo entre las figuras nacionales de los ruedos, seguramente porque le resultaron poco cosmopolitas o de menor impacto para su cada vez más consolidada imagen. En todo caso, no sería ella la que sirviera para reforzar la imagen de ningún hombre, y menos la de un torero mexicano.

Cuatro películas con temas taurinos,  de la fiesta de sus amores, se animó a hacer María Félix, en 1953 hace “Camelia”, versión taurina de “La dama de las Camelias” dirigida por Roberto Gavaldón, en la que María torea una vaquilla en el campo.

Luis Buñuel la intenta dirigir en Los ambiciosos (1959), poco conocido filme en el que La Doña alternó con Gerard Philipe. No obstante la taurofobia buñueliana, en una secuencia la protagonista asiste con un dictador a una corrida, lo que aprovechan los conspiradores para derrocarlo. Al año siguiente estelariza Juana Gallo, infame de Miguel Zacarías quien pone a María a hacer el Tancredo, quedarse inmóvil en el centro del ruedo una vez que el toro ha saltado a la arena, trance del que obviamente Juana sale indemne, para vergüenza de los revolucionarios.

La última vez que La Doña asistió a la Plaza México fue el 10 de marzo de 1996 y los cuatro alternantes le brindaron su primer toro. Abandonó el coso antes de que saliera el octavo de la tarde, mismo que mereció el indulto tras brillante faena de “El Conde”. Pero eso ya no lo vio María.

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