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Luis Castro.

También los ganaderos triunfan. También se llevan la tarde.  Y este sábado 4 de agosto se la llevó Gustavo Farías, asentada en Lagunillas, Michoacán. Mandó tres erales, cuarto, quinto y sexto en la lidia, que resultaron muy buenos.  Ah, pero el cuarto y el quinto qué buenos fueron, ambos con un lado derecho para irse al cielo sin pasar por el purgatorio. Y ese quinto, qué lado derecho, señores, de trayecto amplio siguiendo la muleta, con una vuelta acompasada y amplia regresando sobre el trapo rojo, no sobre las pantorrillas, dejando estar a gusto,  permitiendo a su lidiador colocarse sin prisas entre pase y pase.

En las noches de cantos de grillos debió ser el toro enamorado de la luna que pintado de amapola y aceituna tal vez le puso campanero el mayoral. Y cuando viajaba rumbo a la plaza en ese barco velero cargado de sueños, cruzó la bahía soñando en su marinero de luces que le haría la gran faena, pero cuando la espada le acabó la vida sólo quedaba decirle que te fuiste meciendo en olas de plata cantando, cantando… ¡Qué buen astado ese quinto!

Los otros, becerros, fueron de San Maximiano que cumplieron, salvo el tercero que dio la impresión de ya estar toreado pues se iba derecho al cuerpo por el lado derecho desde los primeros capotazos.

Y al concluir el festejo y tener que venir a pulsar el teclado se enfrenta uno al conflicto de conciencia: ser realista o ser benévolo. Ser realista para decir que de este festejo no sale uno con esperanzas en casi nadie; o ser benévolo para paliar la realidad con el argumento de que están empezando apenas. Sea el tiempo el que dicte sentencia.

Baruch Arreola vuelta al ruedo. Mauricio Ruiz nada de capote. Quite por chicuelinas antiguas de Sara Enríquez con codos pegados a la cadera. Dos péndulos de Ruiz y lo más notable fue la desproporción entre el tamaño del becerro y el del adolescente. Con tanto cuidados para alguien que ya dejó su cuerpo de niño por el de adolescente, echándole esos animalitos tan chiquitos, en una profesión que es tan ruda y sangrienta, simplemente no se puede. Oreja simbólica.

Antonio Magaña sí es todavía un niño y en él sí cabe perfectamente que se le cuide con becerros chicos porque los niños tienen aún endeble su sistema óseo. Este niño tiene toda la afición del mundo, quiere ir a todas, hacer todo, no titubea para irle al toro, inclusive al último eral salió con plena decisión a banderillearlo. Pero de tanta afición y tantas ganas de hacer cosas se revoluciona exageradamente, anda aceleradísimo. Quien esté atrás de él deberá encausar todo ese manojo de entusiasmo. Este fue el becerro que de repente hacía cosas como de toreado pues desde el capote por el lado derecho se iba derecho al cuerpo.

María Eugenia Ayala, quien escapa de las edades de sus alternantes, tuvo un eral extraordinario, sobre todo por el lado derecho, pero para su infortunio se le soltó un vendaval con el que era imposible controlar la muleta y ligar su faena. En sus dos últimas actuaciones ha demostrado adelantos. Mató al encuentro y fue premiada con una oreja.

Para Arturo Soto fue el mejor de la tarde. Con dos largas de rodillas recibió de capote. Por el izquierdo se echó el capote a la espalda y por el derecho con la Caleserina lo regresó adelante, repitió la secuencia dos veces. La primera tanda de derechazos fue muy alentadora, con respuesta sonora de la gente, en lo que parecía iba a venir la gran faena. Pero se fue perdiendo poco a poco entre desarmes y falta de temple, y aunque de repente surgía otro buen muletazo, ya no calaban en el tendido. Muchos pases y pases y acabó con estocada caidilla, recibiendo dos orejas. Cuando iban a apuntillar a este magnífico astado, en sus ojos llenos de muerte se le alcanzaron a escuchar sus últimas palabras: «¿Dónde quedó la gran faena para la que nací?». Nadie le contestó. Llegaron las mulillas y se lo llevaron para que lo conviertieran en producto de carnicería revuelto con los mansos de arado que también se quedan colgados en los mismos ganchos. Revueltos todos. Kilos y kilos de carne, da lo mismo si nada más sabían arar o si fueron inmensos en una plaza de toros, en la Monumental de Morelia, el 4 de agosto. Ya están todos colgados en la carnicería.

Y cerró Patricio Villicaña sin evidenciar adelantos. Bueno el eral, aunque un tanto picosillo. Con el capote movió más los pies que las manos y con la muleta naufragó entre altibajos, nervioso. Pinchó y luego de dos estocadas le dieron una oreja.

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