Cumplió Don Rodrigo 70 años de vida conyugal… Y después se fue
Primer artículo de seis, publicado en mayo de 1996.
Luis Castro.
Vengo con paso lento, arrastrando los pies, cabizbajo, apesadumbrado y con un gran vacío a sentarme delante del teclado para escribir estas líneas porque he perdido a un gran amigo. Sólo una cosa no tiene remedio en la vida: La muerte… y Don Rodrigo Tapia ha sido absorbido por ese irremediable.
Yo sé bien que su esposa ha perdido a su marido…, que sus hijas han perdido a su padre…, que sus sobrinos han perdido a su tío…, que sus nietos han perdido a su abuelo…, sí, pero yo he perdido a mi amigo.
El miércoles de la semana pasada, 8 de mayo, cumplió Don Rodrigo Tapia Chávez junto con su esposa Doña María Mendoza Varela setenta años de vida matrimonial. Sí, escuchó usted bien, 70 años de haber contraído matrimonio y de continuar unidos en vida. Lo festejaron, o si acaso lo recordaron, ambos discretamente pues la vida se le estaba escapando a Don Rodrigo. Hasta que la muerte los separe. Y los separó.
El 9 de septiembre de este año (1996) habría cumplido Don Rodrigo noventa años de edad. Pero no llegó. Este domingo en su natal Araró, en su hogar, junto a sus hijas y nietos, sin convulsiones, sin quejas, con la impenetrable serenidad del universo, con la paz de un horizonte despejado que anochece, dejó de respirar, cerró sus ojos y entregó su alma al que se la había dado. Como el mártir del Gólgota: “Señor, en tus manos encomiendo mi espíritu”. Y luego: Consummatum est… Todo está consumado.
Y como la ola que revienta en la playa y desvanecida retorna a la inmensidad del mar a la que pertenece y de donde había venido, Don Rodrigo regresó, como la Gratia Plena de Amado Nervo, al mismo sitio del que había llegado . Reventarán más olas en el mismo peñasco, pero esa que ya regresó a la infinitud del mar, como las golondrinas de Bécquer, esa ya no se volverá a formar.
Don Rodrigo fue un hombre que tuvo una existencia llena de todo lo que puede dar la vida, bueno y malo, dulce y amargo, placentero y doloroso. Vivió en los tiempos de la revolución y literalmente los vivió, anduvo allí. Conoció la revolución al pie de la letra…, o al pie del fusil.
Semejante al niño que se sienta delante de su padre para que le narre historias y cuentos, yo solía visitarlo y en el pasillo de su casa me sentaba delante de él y le pedía que me contara sus vivencias revolucionarias. U otras cosas. Y él me narraba una y otra y otra historia con un sabor imposible de detallar en estas líneas. Ni en éstas ni en ninguna. A veces me repetía alguna de sus aventuras del tiempo de la revolución, pero jamás me enfadaba.
A mí me encantaba que me contara ciertas experiencias que tuvo con espectros fantasmales. Eso que les dicen «espantos». No era posible imaginarse que aquel hombre grandote, fortachón, de carácter recio, de impertérrita actitud, indómito, pudiera asustarse y cuando me platicaba cómo lo habían espantado algunos fantasmas y él mismo se preguntaba «¿qué fue eso?… vieras qué feo se siente», me hacía reír mucho y él también acababa contagiado riéndose. Y su expresión característica: «¿cómo ves, Luis?». Hay personas, como el toro de indulto, que tienen mucho son, mucho ritmo al platicar, un sabor muy especial. Don Rodrigo era de esos.
Hace exactamente un año tuvo que ser intervenido quirúrgicamente en la ciudad de México y ya no volvió a restablecerse. Yo lo dejé dos semanas antes caminando perfectamente, fuerte aún, pero cuando volvió a su natal Araró ya no era el mismo. El tiempo estaba haciendo su erosión. El tiempo se le estaba acabando.
La muerte tiene unos misterios insondables. Nadie puede asegurar más que por puras creencias qué hay, si es que hay, después de esta vida. Nadie tiene bases para saber qué hay más allá. Los únicos que lo saben perfectamente son los que han ido allá y esos son los que han muerto. Nada más. Y muertos están para contarlo. Pero es un hecho que con la muerte y atrás de ella se dan fenómenos tremendamente misteriosos. Por ejemplo, es repetitivo el hecho de que cuando una persona ya va a morir dice que “ya viene Fulano por mí” mencionando el nombre de uno de sus seres queridos ya fallecido. Y cuando dicen eso coincide que fallecen poco después.
¿Qué ven horas o instantes antes de su muerte? no sé, a lo mejor realmente ven algo o tal vez sean ya delirios de una mente agobiada de muerte, cansada de vida, pero Don Rodrigo estuvo diciendo desde dos días anteriores a su fallecimiento que “ya viene Miguel por mí”. Miguel fue su hijo fallecido 15 años antes. Y parece que sí vino… Y se lo llevó… Nos lo quitó… Me dejó sin mi amigo.
El próximo martes 15 de mayo el segundo artículo de esta serie de seis.
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